lunes, 5 de octubre de 2009

El linaje de los gatos



Lluna
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A veces leo a gente que desea tener hijos de sus gatos. Explican la ilusión que les hace, y que muchos amigos suyos quieren a estos posibles bebes. Una de las razones que dan para que prefieran estos gatitos a los de las protectoras, es que se sabe de donde vienen, y los de las protectoras “a saber de donde han salido....”

Siempre me llenan de tristeza estos comentarios. Tengo muy claro que alguno de estos cachorros “tan deseados”, terminará en la calle antes de cumplir el año. Y si tiene suerte, será uno de esos gatos que “a saber de dónde han salido”, y están en una protectora.

Pero he pensado que puede ser interesante contar alguna historia de estos gatos, para saber de donde han salido. Para conocerles, y tal vez así, amarles.

Ibú y los ibuitos. Ibú vivía en la estación de Principe Pío. Allí la alimentaban algunas personas a diario, junto a otros compañeros (Claudio, Tiberio, Livia, Aelia, Forest, Mosita...). Pero un día decidieron prohibir el acceso a sus cuidadores. Iban a hacer obras, y no interesaba que hubiese gatos, y menos aún alguien que denunciase que los estaban matando.

Gracias a una protectora se consiguió acceder, y ponerles comida a la vez que se les capturaba. Así llegó Ibú con nosotros. Estaba muy débil y no se la podía castrar, y con el tiempo llegaron sus hijos: los ibuitos, que nacieron allí, en una jaula.

Estos cachorros pasaron su infancia entre los barrotes de una jaula de conejo. Sabemos quien fue su madre, sospechamos la identidad del padre, pero para muchos son gatos que ¿quien sabe de dónde han salido?. Ahora todos ellos estan adoptados o han encontrado acogida.

Eva. Unos muchachos estuvieron jugando con ella. La tiraban al aire, y la metían en una fuente, dandole golpes. Una niña llamada Eva se la quitó y se la llevó corriendo.

Pero sus padres no quisieron saber nada de todo esto. Querían que la niña dejara a la gata herida de nuevo en la calle. Eva removió Roma con Santiago y encontró una voluntaria de una protectora que se hizo cargo de la gata.

Hoy la gata Eva, curada de sus heridas, sigue buscando familia. Muchos no quieren saber nada de una gata negra que quien sabe de dónde ha salido.... pero que mostraba señales de haber usado un collar durante años. Una gata completamente casera y cariñosa, que durante años tuvo un hogar.

Lluna. La tiraron desde un tercer piso a la calle. Un paseante anónimo la llevó a la clínica, y terminó en una protectora. Se descubrió que probablemente no era la primera vez que la tiraban. Del golpe se quedó ciega y se mostraba desconfiada.

A pesar de todo eso, o quizás debido a eso, una familia alemana la adoptó para devolverle la vida que siempre debía de haber sido suya. Parece que en Alemania no les importa tanto de dónde salen, sino a donde van (a su casa).

Quizás siga otro día. Muchas de las historias de los gatos de las protectoras son muy tristes, pero es bueno recordarlas, saber que también ellos tienen un pasado, que se sabe de dónde salen.
Muchas veces de un maltrato conocido. Otras de un abandono sospechado.

Pero ese no es motivo para despreciarles".
María

jueves, 17 de septiembre de 2009

Por qué soy casa de acogida










Fue cuando iba al trabajo. De repente vi a un gato que deambulaba por la acera. Me vió y se acercó a mí. Iba maullando, parecía asustado, desconcertado, perdido.

En el bolso suelo llevar pienso (la gente cree que soy algo rara). Le puse un poco en el suelo, y enseguida empezó a comer. Tenía hambre, pero a la vez me observaba para asegurarse de que no desaparecía. Tengo muy mala suerte, siempre me encuentro gatos abandonados en la calle, pero este era tan cariñoso, que no podía creer que su familia ya no le quisiera.

Me hubiese gustado llevármelo, pero en casa hay demasiados pequeños acogidos. No cabe ni uno más. Sin embargo le hice una foto y decidí volver por allí lo antes posible para ver como seguía.

He puesto carteles, he publicado su foto en mil foros y páginas de anuncios. He llamado a todas las protectoras de mi ciudad. Pero nadie le conoce, nadie le reclama, nadie se ofrece para acogerle, mucho menos para adoptarle. Una de las protectoras me ha dicho que lo ha puesto en la lista, pero hay muchos delante de él.

Todos los días paso por allí a darle comida. Cuando me acerco viene corriendo, se frota contra mis piernas, llora cuando ve que me voy. Estoy desesperada. Allí corre mucho peligro. No le da miedo la gente y se acerca a todo el mundo. Cualquier día le van a hacer daño.

Hoy no le veo, cuando me acerco más le veo salir de debajo de un coche. Se le ve distinto. Tiene miedo. Ya no es tan confiado. A mi me conoce y sigue acercándose. Pero le ha pasado algo. Ya no se acerca a todos los que pasan, ahora se esconde.

Esta noche no puedo dormir. Pienso que tengo que sacarle de allí ya, le han hecho algo, todavía no ha pasado nada, pero cualquier día pasará. Me desespera, pero no encuentro solución. Reviso todos mis anuncios otra vez. Pero nada, nadie se interesa por Nemo. Llamo a la protectora que le tenía en lista. Ha avanzado algunos puestos, pero hay casos muy urgentes, él puede esperar y siguen sin sitio.

¿Quieres saber qué pasó? En realidad esta historia no es cierta. Yo nunca he vivido ésta situación. Pero tambien es cierta, otras personas que conozco la viven con frecuencia. Hay varios finales posibles. Todos ellos pasan. Algunos son muy tristes. Otros, más felices, dependen de ti.

1- Un día me acerco pero Nemo no esta. Le busco por los alrededores. No hay rastro. Nunca vuelvo a saber de él. Espero que alguna buena persona le haya recogido y ahora tenga el hogar que se merece. Pero a veces me despierto por la noche y me pregunto que habrá sido de él.

2- Un día al acercarme veo una mancha en la calle, parece un montón de pelo y carne. Reconozco el color de su pelo, pero está irreconocible. Varios coches han pasado por encima. O tal vez el cadaver está entero. Para Nemo ya ha terminado su sufrimiento. No he conseguido hacer nada. Me alejo llorando y pensando que podía haberle hecho un huequito. Un gato es pequeño, sí, debería haber encontrado un hueco.

3- Un día veo que está bajo un coche pero no sale. Me acerco y le llamo. Nemo se arrastra y me doy cuenta de que está herido. Afortunadamente consigo recogerlo. Le llevo al veterinario, para llegar a fin de mes solo hace falta pan y agua. Puedo pagarlo. Mientras esté ingresado estará fuera de peligro. Tengo unos días para encontrarle un hogar. ¿Cabría en mi armario?.

Actualizo todos mis anuncios. Informo de la gravedad de sus heridas. Les suplico a todos mis parientes y amigos que le hagan un hueco. Vuelvo a escribir a las protectoras, ahora es un caso urgente...

A veces en esta situación el gato muere, a veces alguien le abre su casa, a veces tiene que volver a la calle... Muchas personas que no acogerían al gato mientras estaba bien ahora se sienten incapaces de dejarle en la calle. Pero es muy triste que haya tenido que perder una pierna para encontrar un hogar temporal.

4- Me llama una persona/una protectora, está dispuesta a tenerle en su casa. Lleva un tiempo pensándolo y algo le ha dicho: "ayuda a Nemo". Voy corriendo a buscarle. Gracias a Dios todavía me deja meterle en el transportín sin problemas. Otras veces he tenido que ir varios días con la jaula para intentar coger a otros. Pero Nemo todavía confía en mí.

Ahora está a salvo, en unos meses le adoptará una buena familia. Su calvario en la calle ha terminado. Unas personas han adoptado un gato haciendo sitio para otro en el refugio. Unas personas se han llevado a un gato acogido, haciendo sitio en el refugio. Una persona ha leido mi anuncio y han decidido ayudar... mañana cuando pase por allí Nemo no saldrá a recibirme... siempre que ha pasado esto antes se me paralizaba el corazón hasta que le veía, siempre temía no encontrarle... ahora se que está bien y a salvo.

Porque conozco personas para las que esta historia es bien real con sus cuatro finales, porque quiero poner mi granito de arena y ayudar a salvar a un Nemo, por eso soy casa de acogida.


María

domingo, 13 de septiembre de 2009

Una tarde cualquiera



Incluso los recuerdos son una especie de ficción, pero yo me imagino así aquella tarde.




Este relato es para ti, Enrique, claro está.


- Sólo quiero que ella esté bien –dijo el hombre con la mirada humedecida-. La he querido como a nadie
Enrique giró un instante la cabeza hacia el coche mal aparcado.
- No se preocupe –dijo-, le buscaremos un hogar. Estará bien.

Comenzaba a caer una tarde más de junio y el calor sofocante de Madrid confundía en el rostro de los dos hombres el sudor y las lágrimas. Estaban parados ante el portal oscuro de una calle estrecha y sabían que todo estaba dicho ya, aunque apenas habían dicho nada.
El hombre sacó una carpetilla azul.
- Son sus papeles.
Enrique la cogió con la mano izquierda, mientras se metía la derecha en el bolsillo y sacaba un billete de veinte euros.
- Tómese un café –dijo, acercándoselo a la mano.
El hombre miró el billete.
- No quiero nada para mí. De verdad. Sólo quiero que ella esté bien.
Las lágrimas en los dos habían dejado de ser discretas.
- Por favor –insistió Enrique.
El hombre, haciendo un esfuerzo, lo cogió.
- Duermo en un albergue y no la puedo llevar allí. Qué más quisiera.
Sonó un claxon y Enrique miró de nuevo el coche que interrumpía el tráfico.
- Me tengo que ir –dijo.
El hombre, mientras las lágrimas recorrían sus mejillas, contestó.
- Claro. No se preocupe.
Enrique cogió el transportín, se dirigió al coche y, por última vez, volvió la cabeza.
- Le llamo y le cuento cómo va la cosa.
El hombre, que ya no oía nada, inmerso en una pena ensordecedora, levantó ligeramente una mano en señal de despedida.

Enrique dejó el transportín en el asiento trasero e hizo un gesto de disculpa al vehículo que esperaba. Mientras metía la llave de contacto, vio caer dos gotas sobre el volante.
Arrancó y, en el primer semáforo en rojo, giró levemente la cabeza.
- Parece un buen hombre –dijo-. Esta puta vida…

La gata se acomodó en el transportín y la tristeza gris de su mirada inundó la tarde.

Moscatel

Hoy no es un buen día. Pienso en lo que va a ocurrirle a un animal con nombre de vino dulce en pocas horas y se me atraganta la pena, la rabia, la impotencia. Hoy una cuadrilla de salvajes volverán a ensañarse, lanzas en mano, con un toro indefenso, al que matarán después de hacerle sufrir un montón de heridas, de horas. No quiero que se me relacione con esa España de toros sufrientes, no soy amiga de la sangre ni la crueldad. No podemos seguir soportando algo así, mirando hacia otro lado. España no será un país del Primer Mundo mientras siga ocurriendo un maltrato tan espantoso, disfrazado de fiesta atávica. 

No al Toro de la Vega. No.

Cuelgo a continuación un vídeo antitaurino, cortesía de Marta la Nómada, una de las personas que con más pasión y sentido común luchan contra el maltrato animal. Gracias, Marta. 

viernes, 11 de septiembre de 2009

Algunas miradas no pueden esperar






El Centro de Protección Animal de La Fortuna (la perrera, vamos) está totalmente saturada de perros y gatos con un futuro bastante negro. De todas las edades y razas. Incluso algún Azul ruso, como el de la fotografía (la fotografía es de ayer), esperaba asustado no sabía bien qué, la vida o la muerte. Es así esta historia. Ni siquiera estar sanos les asegura en estos días que mañana sigan vivos.

Si a alguien le conmueve esa mirada y quiere compartir la vida con él, es una llamada al 010. Creo que sólo cobran los catorce euros del chip. Y tendrán un amigo para siempre.

Este centro y todas las asociaciones protectoras (las de verdad) no tienen un solo hueco libre. A pesar de todo esto, dentro de tres meses, veremos las tiendas llenas de monísimos cachorritos (muchos de ellos criados en verdaderos campos de concentración en países del este, parir y nada más) para regalar a los niños en Reyes con un lacito de colores.

Muchos de estos cachorritos de criadero saturarán La Fortuna y las protectoras el próximo verano.

Perdón por la tristeza, que diría Sabina. Otro día nos echamos unas risas.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Papeles amarillos





Para Toñi y Lucía, que aquel anochecer de agosto trajeron la vida a casa.



- El gato va en el lote –dijo el abogado al entrar en la salita-. Se llama Blas.

La mujer miró con cierto recelo al siamés que, tumbado en un sillón de rayas verticales blancas y verdes, parecía expectante y curioso ante la aparición de aquellos dos intrusos.

- Pero se puede escapar esta noche –prosiguió el letrado, mirándola.

- Yo siempre he sido más de perros –dijo ella.


Loreto Salgado había llegado a media mañana al pueblecito costero en el que su padre pasó media vida, después de abandonarlo todo, incluida su familia, para ser escritor. Fue una llegada turbia, sin sentimientos aparentes. Iba dispuesta a cubrir las deudas que hubiera podido dejar el difunto, con las sobras de una vida más que suficiente, la suya. Pero su padre no debía nada a nadie. Era, incluso, propietario de una vivienda humilde desde cuyos balcones se podía ver aquella playa que se extendía sin fin por el último Mediterráneo. Y, por el mobiliario, se podía entrever una vida austera pero digna.

Le costó identificar aquellas estancias ordenadas y entrañables con el hombre alocado del que le habían hablado desde niña. Sonó el móvil y dirigió un gesto de disculpa al abogado. Era su marido que, desde el Club de Campo, “una comida de negocios, cariño, con una gente del Banco de Santander”, le preguntaba por el viaje y la herencia del bohemio de la familia, “con todo respeto, mi amor, que sé que es tu padre, pero ya te han contado cómo era”.

Tras la conversación, paseó la pequeña sala y en una mesa, al lado de una lamparita con la pantalla azul, se reconoció en una fotografía adolescente, enmarcada en plata, junto al estanque de El Retiro. Tras preguntarse cómo habría llegado hasta allí aquella instantánea, siguió su recorrido. De las paredes colgaban tres láminas, “Muchacha en verde” y “La convalescente”, de Tamara de Lempicka, y “Sobre la ciudad”, de Marc Chagall. En un cartel viejo, sobre un escritorio de madera, el grito “Llibertat” y una bandera rojinegra con las siglas F.A.I., daban el fondo a un campesino que blandía una hoz.

Demasiados huecos en las paredes y en las estanterías, pensó, y se volvió hacia el hombre.

- Fue como si preparara la casa para usted –contestó el abogado, antes de que ella preguntara nada-. Sabía que le quedaban pocos días y la vació, según dijo, de lo que no importaba. “Dígale que la quise y que fui lo que queda”, fueron sus palabras tras firmar el testamento en esta misma mesa. Desde hace un par de meses no salía a la calle.

- ¿Puedo pasar la noche aquí? –preguntó ella.

- La casa es suya –dijo él-, puede hacer lo que quiera. Mañana, después del entierro, si le parece bien, hablamos del papeleo.

El abogado le tendió la mano derecha e hizo un gesto de despedida, pero antes de llegar a la puerta, se volvió.

- Le conocí poco –dijo, como si lo sintiera de verdad-, pero no era de este mundo. Quiero decir del actual. Me dio la impresión de que tenía principios que no podía traicionar. No sé si me entiende… Ser sincero y honesto debían ser de los primeros en su ranking.

Loreto Salgado, haciendo una excepción que le costó demasiado, dijo por primera vez sin medir las palabras, desde no sabía cuánto tiempo atrás, lo que pensaba a aquel desconocido.

- Vivo en un mundo en el que se cambian con frecuencia los principios por una abundancia que debería traer una supuesta felicidad que no llega nunca.

- Si no le gustan, tengo otros, decía Groucho Marx – dijo el abogado con una sonrisa.

- Si no le gustan, tengo otros… –repitió ella con tristeza.


Al quedarse sola se dirigió a la cocina de muebles verdes y azulejos blancos, con una ventana que daba a un pequeño y oscuro patio de vecindad. Abrió la nevera y sacó una botella de cerveza. Volvió a la salita, rebuscó entre unos cuantos discos de vinilo, y puso en un viejo aparato el Concierto para dos violines de Bach.

Volvió a mirar al gato, que no apartaba sus ojos de ella, la biblioteca con demasiados huecos recientes, las paredes en las que se notaban ausencias… Dime algo, pensó, porque me quieres decir algo. Miró de nuevo su fotografía adolescente. Un vestido blanco que no recordaba, una sonrisa dirigida a la cámara y el estanque lleno de barcas. Se hubiera atrevido a asegurar que era domingo, pero no quiso detenerse en ella en ese momento porque adivinó dolor. Rebuscó en las estanterías, sacó una edición vieja, de Losada, del Romancero Gitano de Lorca y la acarició pausadamente, con curiosidad, como no acariciaba nada hacía demasiado tiempo, como si las yemas de sus dedos pudieran llegar a cada uno de los poemas que contenía. La noche se puso íntima, como una pequeña plaza, susurró apenas, sin llegar a abrirlo.

Un ruido la hizo volverse y vio al gato sentado sobre la mesita, entre la lámpara de pantalla azul y su fotografía. Sin saber por qué, se acercó y desarmó el marco. Entre su imagen adolescente y la parte posterior había un sobre, ya amarillo, dirigido a su padre. No le hizo falta mirar el remite para saber que aquella letra picuda era de la hermana mayor de su madre, su tía Clara, desaparecida y en desgracia desde muchos años atrás, y supo al instante que dentro estaba todo. Dudó un momento, porque era consciente de que la ignorancia de ciertas cosas nos hace más felices, o al menos eso es lo que había practicado ella durante toda su vida. La habían educado así.
Abrió el sobre, sacó el amarillento papel y se sentó a leerlo en una vieja butaca.

Hola Ernesto. Sé por Enrique de tu excarcelación y dónde vives. Sólo quiero decirte que me alegro de tu libertad y despedirme. Me voy. Sé que todo esto se cae, pero aunque no soy de los míos, tampoco soy de los tuyos, y creo que este país es y será siempre una mierda, por mucho que cambien las cosas. Como regalo de despedida, te envío una fotografía de Loreto que le hice hace un par de semanas en El Retiro. Tiene quince años maravillosos. Quiérela sin más, porque te han cerrado el camino hacia ella y abrirlo por la fuerza le causará dolor. Y sé feliz, aunque soy consciente de que no sabrás. Un beso. Clara Aldecoa. Quince de septiembre de mil novecientos setenta y cinco.

Introdujo la carta en el sobre y la volvió a dejar donde estaba. Y tuvo el presentimiento de que la vida es sólo lo que se va quedando dentro, cerca del alma, aunque duela, y la sensación de que la de su padre, ese desconocido, había estado siempre llena. De ideas que nunca fueron y de ausencias.

Loreto Salgado, en ese momento, mientras miraba los ojos azules del gato, que, curioso, se había acercado a oler su mano derecha, se dio cuenta de que haciendo bien las sumas, sin engañarse, todo lo que tenía era nada. Una vida tan perfecta como vacía, nadando en un exceso que no conseguía llegar al corazón. Un marido triunfador, y demasiado alegre y satisfecho para llevar más de quince años sin hacer el amor en el lecho conyugal, dos hijas de las que desconocía casi todo, excepto su vida también acomodada de tiendas caras, maridos con éxito, asistentas y vacaciones envidiables en sus casitas con piscina, tan cerquita las dos, en Sotogrande.

Se levantó de la butaca, pasó la vista por la biblioteca semivacía y se detuvo en algunos títulos. Y entendió que ganar era lo mismo que perder y que no existía lo uno sin lo otro o que, quizá, simplemente, daba igual. Eligió un título de Luis Cernuda, Donde habita el olvido, abrió una página al azar y comenzó a leer, Cuando la muerte quiera una verdad quitar de entre mis manos, las hallará vacías, como en la adolescencia, ardientes de deseo, tendidas hacia el aire… El gato, a sus pies, la miraba fijamente.


No sin cierta precaución, le cogió con las dos manos y lo colocó en su regazo. Él se dejó hacer y, una vez encima, se acomodó en una especie de rosca imposible y cerró los ojos. Y Loreto Salgado supo que, por primera vez en la vida, estaba en su casa.



Carlos

domingo, 6 de septiembre de 2009

Zsa Zsa

Mis padres no nos dejaban tener animales en casa, así que mi hermana fue a la tienda invisible que estaba detrás del sofá y se compró un gato imaginario. Lo llamaba Zsa Zsa. Yo siempre le decía que ese era un nombre de gata, que si su gato hubiera sido por ejemplo una gata blanca, si podría haberse llamado Zsa Zsa. Pero ella insistía, no, Zsa Zsa es gato, es que no lo ves?, un gato enorme, de tres colores, con una mancha negra en forma de trébol en el lomo, cerca del rabo. Mi hermana iba a todas partes con Zsa Zsa, incluso dejaba abierta la puerta del cuarto de baño para que él la viera, cuando se sentaba a leer un tebeo en la taza del water. Zsa Zsa lo debió de pasar mal cuando ella enfermó y tuvieron que llevarla al hospital. Durante esos días lo estuve buscando por los armarios, en los cajones de la mesilla, dentro del bidet. Pero Zsa Zsa no aparecía, aunque a mi hermana le dije que claro que estaba cuidando de él, y que le ponía leche en su platito todas las noches.

Mi hermana no volvió del hospital y la mañana de su entierro, cuando regresé a casa con mis padres y me encerré en mi cuarto, descubrí que todo lo que ella me dijo era verdad. Zsa Zsa estaba esperándome allí, mirándome con curiosidad, tumbado sobre la colcha. Era un gato enorme, de pelo naranja, negro y blanco, con un trébol de cuatro hojas muy bonito pintado en el lomo. Y le quedaba muy bien el nombre de Zsa Zsa.

Patricia