domingo, 13 de septiembre de 2009

Una tarde cualquiera



Incluso los recuerdos son una especie de ficción, pero yo me imagino así aquella tarde.




Este relato es para ti, Enrique, claro está.


- Sólo quiero que ella esté bien –dijo el hombre con la mirada humedecida-. La he querido como a nadie
Enrique giró un instante la cabeza hacia el coche mal aparcado.
- No se preocupe –dijo-, le buscaremos un hogar. Estará bien.

Comenzaba a caer una tarde más de junio y el calor sofocante de Madrid confundía en el rostro de los dos hombres el sudor y las lágrimas. Estaban parados ante el portal oscuro de una calle estrecha y sabían que todo estaba dicho ya, aunque apenas habían dicho nada.
El hombre sacó una carpetilla azul.
- Son sus papeles.
Enrique la cogió con la mano izquierda, mientras se metía la derecha en el bolsillo y sacaba un billete de veinte euros.
- Tómese un café –dijo, acercándoselo a la mano.
El hombre miró el billete.
- No quiero nada para mí. De verdad. Sólo quiero que ella esté bien.
Las lágrimas en los dos habían dejado de ser discretas.
- Por favor –insistió Enrique.
El hombre, haciendo un esfuerzo, lo cogió.
- Duermo en un albergue y no la puedo llevar allí. Qué más quisiera.
Sonó un claxon y Enrique miró de nuevo el coche que interrumpía el tráfico.
- Me tengo que ir –dijo.
El hombre, mientras las lágrimas recorrían sus mejillas, contestó.
- Claro. No se preocupe.
Enrique cogió el transportín, se dirigió al coche y, por última vez, volvió la cabeza.
- Le llamo y le cuento cómo va la cosa.
El hombre, que ya no oía nada, inmerso en una pena ensordecedora, levantó ligeramente una mano en señal de despedida.

Enrique dejó el transportín en el asiento trasero e hizo un gesto de disculpa al vehículo que esperaba. Mientras metía la llave de contacto, vio caer dos gotas sobre el volante.
Arrancó y, en el primer semáforo en rojo, giró levemente la cabeza.
- Parece un buen hombre –dijo-. Esta puta vida…

La gata se acomodó en el transportín y la tristeza gris de su mirada inundó la tarde.

11 comentarios:

  1. Carlos,algo asi paso y al recordarlo he vuelto a llorar.
    Sigo viendo a este hombre y a su compañera que estan a caballo entre el albergue y la calle.

    ResponderEliminar
  2. Estoy llorando como lloré el día que lei por primera vez la historia de Pitu... me ha marcado para siempre... sobre todo porque la recuerdo asociada a otra historia de otra gata sin suerte... joder, que bonito.

    ResponderEliminar
  3. Pitu ha estado en mi casa más de un año, y nadie se ha interesado por ella.

    Que triste que tenga una familia que la quiere y no puede estar con ella, pero nadie más se interese en adoptarla

    ResponderEliminar
  4. y qué ha sido de Pitu? dónde está ahora?

    ResponderEliminar
  5. Pues, si no me equivoco, Pitu sigue en casa de María (que suele tener overbooking felino) esperando un adoptante.

    ResponderEliminar
  6. He colgado la fotografía de Pitu ¿La sigues teniendo tú, María? Me ha despistado el "ha estado en mi casa", pero hace no mucho seguía allí.

    La verdad es que esta historia me caló desde que la leí en casos urgentes. Y recuerdo que le pregunté a Enrique porque intuía que el momento tenía que haber sido la hostia.

    Y, con lo que contó, recuerdo que pensé que ese momento había que contarlo, que tenía una historia. Y ayer, pensando en darle un poco de vidilla al blog, llegó el momento.

    No sé por qué, mira que hay historias en "casos urgentes", pero como a Sonia, aquello me llegó al alma.

    ResponderEliminar
  7. Pues sí, Carlos... llegaba al alma... sobre todo además porque yo contaba que compartía post con otro caso de gata sin suerte... solo que en este caso la gata era una gata comprada carísima que iban a sacrificar sus dueños porque esterilizarla costaba mucho dinero... eran dos casos tan diferentes... Pitu, una gata querida que por dificultades económicas tenía que dejar a su familia... y la otra gata una gata no querida a la que una familia sin dificultades económicas prefería matar antes que pagarla una esterilización...

    Por cierto que Pitu ya no está en casa de Maria... sino en casa de una amiga suya!!! nos contaba Maria hace poco la alegría de convencer un amigo para hacerse casa de acogida... pues esa amiga!

    ResponderEliminar
  8. Pitu no está en mi casa. Está de acogida en casa de una amiga.

    La estaban acosando varios de los gatos y necesitaba menos compañia felinera

    Ahora es ella la acosadora :-)

    ResponderEliminar
  9. Es que no había visto el post, María, pero ya he leído lo que dice tu amiga Silvi. Joder con la Pitu...

    Seguro que son los primeros días y luego tan amigas.

    ResponderEliminar
  10. creo que ya esta un poco mas calmada. Pero sigue dandole caña a Momo (que es un torito jejeje)

    aunque hay momentos en que les acaricia a los dos

    ResponderEliminar